Cuando era pequeño no había TDT, ni Pokemon, ni Doraemon, ni SinChan. Había dos míseros canales de televisión (la 1 y la 2), y los niños veíamos dibujos que (ojito) querían enseñar valores. Los vi todos, claro, pero unos de los que más disfruté fueron Dartacan y los tres mosqueperros, esa adaptación perruna de la novela de Dumas, que aún hoy me enternece cuando la recuerdo y cuando redescubro con qué fines se presentaba ante los niños ("resaltar dos virtudes que nunca se deben olvidar: el honor y la amistad", que pone en la pantalla al empezar. Tócatelos), siempre con la mítica canción de fondo.
Pues bien, acabo de leerlo. El original. Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. Me he calzado las ochocientas páginas en un plisplás, con el alma en vilo y entregado por completo, como un mosquetero más, a la causa de d'Artagnan. Y ahora que lo he devorado, y todavía me relamo de tanta aventura, me pregunto cómo diantres he podido vivir tanto tiempo sin ellos y sin la historia a la que dan vida. Me pregunto dónde estaban y qué demonios leía yo. O cómo no me abalancé sobre esta novela el día en que terminé el pedazo de obra que es "El conde de Montecristo", el otro gran novelón (enorme, bestial) que nos dejó Dumas. Pero el caso es que ahora ya está: lo he leído, y los he ganado. Para mí y para siempre. Son amigos.
Eso explica lo mimosín y remolón que ahora me siento al tener que buscar un hueco para el libro en el estante, entre otros, como si fuera uno más. Cuesta despegarse. Y es que, en cierto modo, los adoro: al valiente d'Artagnan, y a los otros tres claro: Athos, Aramis y Porthos, cada uno con su carácter; pero también al fiel Planchet, al leal señor de Treville, a la dulce Constance, al incauto duque de Buckingham, a la compasiva reina Ana de Austria, al peligroso cardenal Richelieu, y, por supuesto, a la indómita y terrible (terriblemente guapa y terriblemente cruel) Milady de Winter. Todo ambientado en la Europa del siglo XVII, con mucho de real y una pizca irresistible de ficción.
Resumiendo. Por nueve euros, he vivido historia, amigos, honor, valentía, lealtad, amor, terribles duelos y cuentas pendientes, risas, traiciones, pérdida, muerte, venganza, justicia... Y lo mejor. Lo he pasado de vicio. Y todo sin moverme de casa. Pero ojo. Esto no es lo único bueno. Lo replús, amigos, es que Dumas dejó escrita no una, sino dos continuaciones (Veinte años después; y El vizconde de Bragelonne), hasta conformar una trilogía de d'Artagnan y el resto. Así que, si añorais una historia enorme y unos amigos con mayúsculas, huelga decir que aquí los tenéis. Mientras, apostad qué lectura va a ser la siguiente que este menda se va a calzar. A la salud de Dumas, de d'Artagnan, de Athos, de Aramis, de Porthos, del cuerpo de mosqueteros al completo y de la madre que los parió a todos. Amén.
qué lembranzas!!!!só escoitala música xa se traslada un a aqueles tempos e é imposible non tararear a melodía!sí que daban gusto os debuxos de antes,sempre che ensinaban algo,che daban unha lección,que conste que teño visto Bob Esponja e aínda que distinto a Dartañan tamén ó final do capítulo ten a súa moralexa.Os nenos de agora tamén o lembrarán cando medren.
ResponderEliminarA música, as cores, as distintas razas de cans para cada personaxe, o cabalo amarelo de d'Artacan,... Todo nestes debuxos me fan sorrir. Pero estou de acordo. Tamén Bob terá o seu oco nas lembranzas dos nenos de hoxe.
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